Un rayuelo en las Becas Europa

Alejandro Cordero Rodríguez, alumno del 2º bachillerato D de artes escénicas, música y danza del IES Rayuela, nos narra de primera mano su experiencia tras ser seleccionado entre multitud de candidatos para recibir una Beca Europa:

“Tempus fugit” dijeron, y verdaderamente el tiempo voló. Es extraño, pero no sé por donde empezar a relatar esta historia. En cualquier caso será mejor que en primer lugar les sitúe: 2º de bachillerato, el curso que más superación, dedicación y esfuerzo exige. Alrededor de 3.000 candidatos con los mejores expedientes de este país son presentados por cada uno de sus institutos y colegios al programa “Becas Europa” que organiza la universidad Francisco de Vitoria y cuya finalidad será premiar a 50 becados con un viaje alrededor de las principales universidades Europeas. Tras la primera fase el número se reduce a 600 seleccionados, que deben realizar una entrevista personal. Quedan así 200 aspirantes. ¿El final de esta historia? Apasionante, tan apasionante como la historia en sí. El Final de esta historia son palabras, son sentimientos, es comprender. Es bajar de este tren y ser consciente del valor que tienen las cosas pequeñas y las oportunidades; del esfuerzo que es necesario para alcanzar una recompensa satisfactoria, de lo diferentes que somos las personas y como podemos ser tan parecidas. Terminaré de situarles: estamos entrando en la primavera y hace unas pocas semanas tuvo lugar el fin de semana de selección del cual serán elegidos los 50 becados. Pero no les engañaré, la emoción no es suficiente para esconder la inquietud, y en nuestro interior los 200 aspirantes escondemos la ilusión de no bajar de este tren aún.

El viernes llegamos a la universidad. Algunos ya habíamos estado allí antes, en la entrevista personal, pero la sensación era igualmente desconcertante. Al entrar reconocí al fondo del hall a mis compañeros de grupo, atravesé el salón, recogí mi acreditación, mis cosas y me apresuré a encontrarme con ellos. En realidad este fue el comienzo de muchos de nosotros. Algunos tuvieron la oportunidad de conocerse en los trenes, aviones y buses camino a la capital. Más de 200 doscientos pequeños se hacían gigantes ante las miradas de sus padres al despedirse orgullosos. Comienza nuestra experiencia universitaria.

Esa noche asistimos a una conferencia a cargo de uno de los profesores de la universidad. Fue todo un alivio para mi salud mental comprobar que muchos de mis pensamientos más personales no eran ramalazos de locura precoz, sino que se trataban de inquietudes y preocupaciones muy similares a las de el resto de mis compañeros. Todos veíamos un elefante engullido por una boa en vez de un sombrero, y esta visión del mundo nos unía ante cualquier diversidad. Admitiré que entonces el sentimiento de competición fue abandonando mi cabeza, aunque en el fondo no negaré que mi subconsciente se seguía preocupando aún por el ¿seré yo? Las demás conferencias de los dos días siguientes confirmaron que me encontraba rodeado de gente que desbordaba energía y pasión por mejorar y cambiar aquello que nos rodea. Éramos como esponjas, no, como esponjas no, aún más. Humanicemos las esponjas que ahora pueden beber, e imaginemos una esponja que se ha bebido tres latas de redbull. Éramos auténtica vitalidad absorbiendo todo lo mejor de nosotros, de los que nos rodeaban y de todo aquello que se comentaba en aquella sala. La pena que un único taller de debate fuera recipiente pequeño para la lluvia de opiniones, sensaciones e ideas de los 10 participantes de cada grupo. Aunque pensándolo bien, a todos se nos pasó aquella sobredosis de pasiones intentando montar un mueble de Ikea, ardua tarea. No, querido lector, sé que al contrario de lo que piensa la población adolescente, no da cáncer montar un mueble del Ikea. Pero es que si el kit de montaje no lleva instrucciones, puede ser una tarea gravemente perjudicial para los nervios. De cualquier manera formó parte de una gymkhana que tuvo lugar la tarde del sábado. Y que realmente fue, intensa: imaginamos, reímos, nos mojamos, nos mojamos, nos mojamos, mucho… Realmente pasamos un buen rato. Aquel día a la noche nos juntamos todos y, en torno a un improvisado escenario en la cafetería de la universidad, contamos un poco más de nosotros mismos desde nuestra faceta más artística y conmovedora: cantando, recitando, bailando, interpretando. pero ante todo, divirtiéndonos; compartiendo nuevas cosas entre todos los aspirantes. Supongo que fue un premio por el trabajo concentrado que supuso el bricolaje, las preguntas existenciales que se lanzaban en las conferencias o los tests de cultura general que hicimos durante la mañana. El domingo desperté en aquella enorme habitación del hotel con la emoción en el cuerpo, era imposible que alguien hubiese dormido más de 3 horas, puesto que llegamos tarde y nos levantábamos pronto, muy pronto. La vida se veía desde otra perspectiva, supongo que sería culpa del color del polo que ese día era de un rojo profundo en vez del azul marino de los días anteriores o tal vez saber que la vivencia universitaria estaba llegando a su fin nos alimentaba de aún más energía.

Así como toda obra de arte posee un clímax, también lo poseen cada una de las etapas o pequeñas experiencias en la vida al menos lo poseen para mí. Cada cosa por muy pequeña o por muy grande que sea tiene algo que es especial, que es importante valorar y que es común pasar por alto. Supongo que el momento más emocionante fue tomar contacto con aquello que nos apasiona, en mi caso acabé en un estudio de grabación simulando un telediario en directo. Parecía un niño chico descubriendo que los “sugus” azules en realidad saben a piña. Y aunque intenté aparentar implacable profesionalidad, finalmente observé cómo mis instintos de ilusión infantil irracional se apoderaban de mí. De todas formas también disfrute como el niño cuando se come el “sugus” de piña. Además me di cuenta de la importancia de tener claro lo que se quiere, si tenemos en cuenta que nos dividimos en muchas y diversas disciplinas me alegré profundamente de amar el arte por encima de la cirugía. (Y si señor lector, los de medicina tuvieron que salir de ahí con una clara vocación, porque hay que ser fuerte para ver un cadáver, aunque también algo inolvidable, supongo). En definitiva todo continuaba avanzando y a cada risa, con cada buen momento, el tiempo se reía de todos nosotros y así llegaríamos al final.

De repente estábamos doscientas personas sentadas en un auditorio, cada uno con una enorme barbuca entre las piernas. El efecto era asombroso, la coordinación realmente increíble y lo que estábamos creando era realmente un Gran Final. En un momento en el que nos detuvimos miré a ambos lados, tenía sentado a compañeros de mi grupo, por un instante se me olvidó donde estaba y simplemente me limitaba a disfrutarlo. Entonces me planteé como podía haber conocido a esas personas tan sólo dos días antes. La gente no valora muchas veces estas tonterías y son sentimientos a los que es realmente bonito dar importancia. No era el sonido de más de 200 adolescentes tocando tambores africanos, éramos palabras, éramos orgullo, esfuerzo, ganas de cambiar el mundo, de aprender a vivir. Después del encuentro en aquel auditorio de la ciudad financiera solo nos esperaba el camino de vuelta. Aunque lo bonito es que después de todo, nunca sabré si fue el final o el principio.

Y es que realmente somos gigantes, gigantes a hombros de gigantes, hombres respaldados por los logros de otros muchos grandes hombres en la historia. Eso quedó grabado con letras de fuego en la memoria de casi todos nosotros, pero solo aquellos que lo recuerden siempre, habrán disfrutado al máximo de estos momentos, habrán reído al máximo cada una de las carcajadas y habrán disfrutado de las cosas pequeñas de la vida que se hacen “gigantes” solo cuando a lo más sencillo le damos la mayor importancia. Algún día espero levantarme por la mañana, mirar hacia atrás y alegrarme de todo lo que he pasado y saber que aprendí a apreciar el tiempo, esa cosa tan sencilla que pasa por delante de todos y que nadie para a cuestionar su valor. Con esto no solo quiero decir que Michael Ende estaría realmente orgulloso de muchos de mis compañeros, sino solamente quería confirmar una gran verdad y contar lo que tan efímeramente tuvimos la oportunidad de aprender, ya que “tempus fugit” dijeron y el tiempo, para bien o para mal, voló. Así al menos el recuerdo se queda en estas palabras.

Escrito por Alejandro Cordero, que ha conseguido una de las 50 becas Europa que concede a nivel nacional la Universidad Francisco de Vitoria.

10 comentarios sobre “Un rayuelo en las Becas Europa”

  1. Muy bueno Alejandro, veo que tratas bien a la palabra escrita. Ojalá nos veamos en julio!

  2. Un artículo cargado de emoción. Una gran experiencia. Muchos sentimientos amalgamados y todo lo sabrás gestionar debidamente. Un abrazo de tu tío (de Zamora)

  3. Me ha encantado, se notan las ganas de esta juventud por comerse el mundo. Espero qu tengas toda la suerte del mundo en la decision final. Me uno a tu duda pel sugus de piña, SUERTE

  4. Alejandro: Te escribo desde el Rayuela, donde sólo te conozco del pasillo y de tus actuaciones. Me alegro mucho de que estés entre los seleccionados.
    ¡Enhorabuena! Te deseo mucha suerte.

  5. Siempre he creido que eras de ciencias, pero después de leer el artículo tengo serias dudas. El que siembra, recoge, y ahora estas recogiendo todos tus esfuerzos. Estamos muy orgullosos de tí y te seguiremos apoyando en todo.

  6. Enhorabuena por todo el esfuerzo que has hecho y sigues haciendo cada día. Estoy segura de que algún día se te valorará como debe ser, porque te mereces eso y mucho más. Nunca olvides la maravillosa persona que eres. Un beso.

  7. Mi mayor orgullo. Siempre adelante. Levantate siempre ante los logros y los fracasos y serás TÜ. invencible en tus convicciones. Seras lo que quieras ser.
    tu trabajo admirable. LLeno de ti.

    GRACIAS.

  8. ¡¡Enhorabuena!! Lo has conseguido. Has recogido los frutos de tus esfuerzos.
    Esperamos que disfrutes mucho del viaje.

  9. Enhorabuena por la beca. Es una excelente oportunidad que te reportará un sinfín de experiencias, de vida y de conocimiento.
    Felicidades por este excelente artículo, en el que se condensan, casi sin pretenderlo, las razones por las que se te ha concedido la beca y algunas cosas más: estilo, precisión, visión de conjunto, capacidad de observación, riqueza expresiva… Recorrer los caminos es el camino.
    Un abrazo. Rafa

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