Que la del alba sería cuando el brioso autobús nos recogía. Piafaban sus motores con encendidos ruidos y sones martilleantes mientras nuestros alumnos se despedían de sus familias, y los profes de las suyas, la luna de la noche, la noche del día y la armonía celeste seguía su rumbo acompañándonos hasta Barajas-Adolfo Suárez para que, en un vuelo sin pausa ni tendencias suicidas, llegáramos a la multicultural capital de la mitológica Albión, o sea, Londres, para iniciar allí, de la mano de Gerry, el guía que nos condujo por ella, nuestra visita primera, que comenzó por Victoria Station, donde llegamos en tren desde Gatwick.
Echamos a andar. Al poco arribamos al Buckingham palace, donde vive la reina, y en ese momento andaban liados con el cambio de guardia. De súbito, en Rolls negro y reluciente al que abrían paso entre la multitud británicos policías, el príncipe Charles como aparición celeste. Saludamos y seguimos por Sant James Park hasta Trafalgar Square y Convent Garden, donde paramos a comer. Allí nos enteramos que las libras son mucho más ligeras que los euros y a poco que te despistes salen corriendo sin mirar atrás. Por la tarde embarcamos en el Embarkment, evidentemente, y dimos un paseo por el Támesis admirando una y otra orilla del mismo. Y desde allí vuelta a Victoria Station para llegar a Brighton a eso de las 8, ser acogidos por las familias adoptantes y marchar cada uno a lo que hubiere, que apretaba la gazuza. Día primero.
Recién amanecidos, que allí madrugan como las gallinas, fuimos a la escuela de idioma inglés, donde nos recibieron en inglés, nos hablaron en inglés, los alumnos se quedaron en clase de inglés y los profes nos fuimos con el director a que nos explicara en inglés todo lo que se iba a hacer en esos días. Más o menos la cosa quedó así: por las mañanas clases de inglés, por las tardes un día a conocer Brighton, otro a ver la extraordinaria extravagancia del Royal Pavilion, otro a la bolera y al Pier, algo así como una feria marítima que allí tienen, otro al minigolf, dominado ampliamente por los profesores, y aún quedó para visitar Rottingdean, pueblecito con acantilados, iglesia medieval, casitas de ensueño de la época Tudor y la casa y jardines de R. Kipling, el de El Libro de la Selva.
Mientras tanto, vida variada en las familias que nos acogieron, que cada uno cuenta una cosa, y encuentros por las tardes para ver la vida de Brighton o las calles de más interés para comprar, pasear o simplemente mirar como turistas en ejercicio. Y un poco más tarde, reunión amigable en el Stoneham, un pub muy apañao, donde despedíamos el día en alegre francachela.
Hasta buen tiempo nos hizo durante la semana, incluido el típico día inglés con lluvia y paraguas, que estaba apalabrado para el jueves, como así fue.
Llegó la despedida, pero aún aprovechamos para acercarnos a Londres de nuevo y admirar las muchas maravillas del British Museum, en el que estuvimos recorriendo durante dos horas Siria, Asiria, Babilonia, Egipto, Grecia y Roma, todo junto, que hay allí más cosas de esos sitios que en esos sitios.
Y vuelta a casa. El avión cumplió sin retraso y llegamos a la hora prevista a las puertas de nuestro bien amado instituto, donde se repitieron los besos y abrazos, ahora de acogida y parabienes.
Creo expresar el sentir unánime de alumnos y profesores si digo que volvemos muy contentos de todo lo vivido y visto, lo hablado en inglés y reído, las compañía, las experiencias y los momentos, que regresamos más sabidos y aprendidos, pues que una vez más se comprueba que quien viaja mucho y lee mucho, ve mucho y sabe mucho.
José Manuel García, profesor organizador y acompañante en el viaje junto a José María Pallás.